jueves, 1 de septiembre de 2011

Nostalgias e impulsos

Las distintas etapas por las que ha atravesado el Ballet Teresa Carreño a lo largo de sus 32 años de existencia, han correspondido a situaciones concretas en su desarrollo como proyecto cultural y a los modelos de orientación artística y de gestión institucional que ha experimentado. La recién culminada temporada de esta compañía presentada en la Sala Ríos Reyna, más allá de si misma, permite una valoración de su trayectoria, sus contextos, así como de sus aportaciones y también de sus debilidades.

En 1979 la Fundación Teresa Carreño estrenó un cuerpo de ballet destinado a participar en las temporadas de ópera producidas por la institución, además de acompañar a notables figuras internacionales de la danza clásica invitadas para participar en montajes parciales del repertorio del ballet académico universal. Nureyev, Vasiliev, Maximova y Bujones, entre otros célebres nombres, dieron una primera notoriedad al inédito conjunto que se sumaba a la actividad de danza clásica profesional del país, junto al Ballet Internacional de Caracas y el Ballet Nacional de Venezuela, ambos ya cercanos a su extinción.

Un segundo momento, a partir de 1982, bajo las directrices del bailarín cubano estadounidense Enrique Martínez de importante desempeño dentro del American Ballet Theatre, buscó la consolidación del conjunto y la superación del nivel juvenil y su acceso al definitivamente profesional. Tiempo en el que el estudiante Julio Bocca formó parte de su elenco y Zhandra Rodríquez y otras primeras figuras latinoamericanas fueron sus célebres invitados.

Dos años después, desde 1984, se iniciaría la era de Vicente Nebreda en el Ballet Teresa Carreño. El coreógrafo venezolano que venía de alcanzar una notable reputación nternacional, orientó a la compañía con claro personalismo por los caminos del ballet neoclásico y contemporáneo, al igual que propuso una revisión personal de los clásicos. Cerca de dos décadas duró esta suerte de hegemonía creativa que se convirtió en impronta.

El fallecimiento de Nebreda y nuevos cambios institucionales ocurridos en el seno del Teatro Teresa Carreño, dieron inicio a un periodo, alrededor de 2004, en el que se propuso enfatizar, casi exclusivamente, en la tradición romántica y clásica del siglo XIX y en las obras del incipiente neoclásico de la modernidad, sin contar con una voz oficial en las funciones de dirección artística.

Una nueva transición organizacional operó en 2010 y otra etapa parece abrirse para el Ballet Teresa Carreño, dentro de la cual está inscrita la temporada cumplida la semana pasada, la cual inesperadamente y tal vez con algo de nostalgia, volvió su mirada casi 30 años atrás, justo a la segunda etapa de la compañía, representando Baile de graduados (música de Johann Strauss II), obra del coreógrafo de origen ruso David Lichine dado a conocer con los Ballet Rusos de Montearlo, estrenada el primero de marzo de 1940 en Sidney, Australia, diversión escénica hoy convertida en una referencia en materia de formación de bailarines, donde el hallazgo más significativo estuvo en los roles de carácter interpretados con maestría por Héctor Sanzana (“La Directora”) y Javier Solano (“El General”) y Divertimento de Coppelia (Saint Léon- Delibes, París, 1870), en versión de Enrique Martínez, que presentó a dos bailarinas relevantes: Alejandra Martínez, ya plena y Danizza Sabino, ascendente.

De las revisiones nostálgicas del Ballet Teresa Carreño y de la apuesta por el futuro,quizás surja un nuevo impulso necesario.



Carlos Paolillo
publicado en El Nacional. cuerpo escenas
Caracas 10 de agosto 2011

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