lunes, 27 de junio de 2011

En receso y de improviso



La escuela venezolana de danza postmoderna se estableció en el país tardíamente aunque en forma definitiva. Una generación imbuida de un espíritu de reacción contra el gesto tenso y crispado, logró hacerse sentir y reencauzar la danza escénica occidental en las décadas finales del siglo XX. Sus impulsos iniciales, ya sistematizados, tocaron la danza nacional hace un poco más de 20 años. La soltura, la improvisación y el contacto, eran conceptos lejanos en un medio donde prevalecían los principios y las formas desarrollados a partir la modernidad de la danza.

Todavía exhibiendo su intrínseca condición marginal, la danza postmoderna comenzó a hacerse presente, tímida y de manera agazapada, justo a finales de los años ochenta, momento considerado como de sustancial desarrollo para la danza contemporánea en Venezuela. Los festivales de danza postmoderna realizados en Caracas y algunas ciudades de provincia, afianzaron las primeras informaciones y lenta pero firmemente se asimilaron a las corrientes ya existentes en la danza venezolana. Poco a poco, fueron personalizándose las influencias y los códigos, hasta convertirse en una clara tendencia que orientó los tiempos finiseculares. Nuevas voces de la creación y proyectos alternativos surgieron alrededor de una visión del movimiento asentada en la espontaneidad, la cotidianidad, la violencia y el humor.

Neodanza ocupa un lugar notable dentro de la aludida escuela venezolana de danza postmoderna, por su inserción, luego de su tránsito por experiencias más conservadoras, dentro de la dinámica de la también llamada nueva danza y, fundamentalmente, por su exploración en términos de una ideología y una estética cónsonas con las convulsiones de la era global.

Un humanismo oscuro y desesperanzador, al mismo tiempo que vital y solidario, ha guiado las acciones de la agrupación dirigida por Inés Rojas, quien exhibe una individual capacidad transformadora de su propio destino como bailarina. El poder y su adecuación a las nuevas realidades, el acecho de las tecnologías y la acuciante incomunicación humana en medio del auge de las redes sociales. Todos han sido puntos de partida para la paulatina configuración de una concepción escénica desde el movimiento que, con momentos altos y bajos, dan cuenta de una dimensión de la danza experimental del país.

La más reciente obra creada por Neodanza, cuyo extenso título puede sintetizarse en Coffe-break interglaciar, firmada conjuntamente por Inés Rojas y Carlos Penso, reafirma la línea de la compañía, aunque la sitúa en un estadio de abstracción de mayor depuración, evasivo de alguna dramaturgia generadora de discursos y propiciador de gestos. No se encuentra en este acto escénico un hilo conductor que coadyuve a un entendimiento compartido. Presenta, por el contrario, una secuencia de escenas, aparentemente inconexas y sólo hilvanadas por una concepción estética que enfatiza en el espacio reducido e individualista, donde cuerpos y sentimientos destruidos alardean de su organicidad y plasticidad.

La producción permitió un reencuentro revitalizador con la bailarina Arais Vigil, vulnerada en su visceralidad y regocijada en sus hallazgos estéticos. Además, una nueva generación de intérpretes se perfila como emergente dentro de una tendencia que busca regenerarse de continuo. La escuela venezolana de danza postmoderna se acrecienta.

Carlos Paolillo
Publicado en el Nacional- cuerpo escenas
Caracas 15 de junio 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario