La danza escénica venezolana creada a partir de las tradiciones populares guarda en su historia aspectos quizás desconocidos que, sin embargo, contienen elementos reveladores que bien pueden contribuir a su reposado análisis y justa valoración.
Hace más de 60 años, dos notables intelectuales, uno estadounidense y otro cubano, se refirieron sorprendidos a un acto que los colocaba ante visones contrastantes de la identidad.
La Fiesta de la Tradición, muestra organizada por Juan Liscano, presentada en el Nuevo Circo de Caracas con motivo de la toma de posesión del presidente Rómulo Gallegos, reunió a cultores genuinos provenientes de distintas regiones del país en una plataforma teatral compartida, hecho que tal vez haya determinado el advenimiento del concepto de nacionalismo en la danza artística nacional.
Archibald MacLeish, ex director de la Biblioteca del Congreso de Washington y representante personal del presidente estadounidense Harry Truman en los actos de investidura de Gallegos, en una crónica titulada “El artista como presidente”, publicada en Saturday Review of Literature, el 27 de marzo de 1948, destacaba que “lo sorprendente en el festival no fue el insólito número de diplomáticos que asistieron, ni el desfile militar con sus contingentes fusileros de marina y marineros norteamericanos, ingleses y holandeses, o el gran baile en el Salón Elíptico”. Lo sorprendente, apuntaba, fue la presencia en Caracas, invitado por el gobierno de Venezuela, de una representación considerable de los principales escritores e intelectuales de América Latina.
MacLeish escribió la crónica de lo que presenció: “Los bailarines traídos de las regiones más distantes de la ancha y vacía república, estaban agrupados alrededor del circo, del otro lado de la barrera, vestidos con el delgado algodón de los trajes de sus aldeas, con sus pequeñas guitarras, sus flautas macho y hembra, sus curiosas arpas y sus numerosos tambores, instrumentos del indio de antaño, del español de otros tiempos, y sobre todo del africano. Alrededor de la arena, llenando los empinados costados del Circo, diez mi caraqueños con sus mujeres y niños”.
El 19 de febrero del mismo año, el sabio cubano Fernando Ortiz, en su discurso ofrecido en la Academia Nacional de la Historia en honor de los intelectuales invitados a Caracas, destacó que “acaso ese haya sido el acto de más grandeza y hondura en estos días ceremoniales. Fue un rito danzario y colectivo de todo un pueblo para incorporar lo más suyo, lo más visceral de su vida a la consagración democrática de estos días sin precedentes, en el centenario sebucán de policromas culturas que han ido entretejiendo en Venezuela esos personajes populares del gran tamunangue de su historia: indios, blancos negros y mestizos de toda mixtura, santos y diablos, jugadores de palo y de cuchillo, marinos, llaneros y montañeses, bravos galanes y buenas mozas, cruzados y recruzados en danza multicelular de tirrias y amores”.
Ambas reflexiones se registran en el libro La fiesta de la tradición (Fundef, 1999), en el cual Ocarina Castillo asegura que la referida jornada permitió, a quien participó en ella, evidenciar las múltiples caras de la nacionalidad.
Carlos Paolillo
Publicado en El Nacional. cuerpo escenas
Caracas 22 de junio 2011
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